EL SISTEMA GASTROINTESTINAL – EJE INTESTINO CEREBRO

Cambiar desde adentro hacia afuera.
¿Sabías que nuestro intestino está conectado con nuestro cerebro?

El cerebro y las bacterias de la microbiota intestinal se comunican constantemente. A este enlace se lo denomina “eje intestino-cerebro”.

El Sistema digestivo intestinal tiene una extensa red compuesta por 100 millones de neuronas de distinta morfología que las del cerebro y con funciones específicas para el control y funcionamiento del SNE (Sistema Neumogástrico Entérico) con el cerebro.

El eje intestino-cerebro-microbiota presenta un sistema de comunicación neurohumoral bidireccional. Este es el motivo por el que al intestino se lo llama el “segundo cerebro”.

La alteración del equilibrio en la microbiota intestinal produce un proceso inflamatorio que puede interrumpir o alterar esta comunicación bidireccional afectando el buen funcionamiento del SNE (Sistema Neumogástrico Entérico).

El nervio vago o nervio neumogástrico, es el principal canal en la conexión del SNE (Sistema Neumogástrico Entérico) con el cerebro

Las bacterias de la microbiota intestinal se comunican con el cerebro intercambiando mensajes en forma de estímulos moleculares que producen neurotransmisores como son serotonina, dopamina, GABA, entre otros. Estos neurotransmisores pueden ejercer su acción en las células de la pared intestinal y estas células transmiten el mensaje al sistema nervioso central.


Mantener una microbiota intestinal equilibrada con bacterias benéficas es contribuir al saludable funcionamiento del eje cerebro-intestino.

Colaborá con la renovación y el equilibrio de tu microbiota intestinal sumando diariamente millones de bacterias probióticas en tu dieta para tener un balance saludable y un buen cuidado de la salud.

El microbioma o flora intestinal está siempre activo y se renueva cada 48horas.

Una alimentación equilibrada, hábitos saludables, y la inclusión diaria de probióticos en la dieta es un aporte a una mejor salud y estado de bienestar




Somos lo que comemos

Es importante considerar cómo mantener sano el intestino y el cerebro para mantener una comunicación de calidad entre ambos a lo largo del eje intestino-cerebro. La manera más fácil de lograrlo es a través de los alimentos y la nutrición, tenemos al menos tres oportunidades al día para influir en lo que llega al sistema digestivo. Su microbioma actúa como el factor mediador entre elecciones.



DIGESTIÓN

Las investigaciones han mostrado que el intestino no solo es el sitio en donde se lleva a cabo la digestión y la absorción de nutrientes.
También es el mediador entre su microbioma y el cerebro. Básicamente, el intestino atestigua el procesamiento de los alimentos que usted consume. Luego reporta la información relevante de ese proceso al cerebro a través del nervio vago.

Por ser el sitio en donde se digieren los alimentos, el intestino tiene inmediato conocimiento de lo que se está consumiendo. Recaba información acerca del contenido energético y de nutrientes. El nervio vago se asegura de mantener al cerebro al tanto de esta información sensorial, como las señales de apetito o las sensaciones de saciedad.




Este conocimiento es importante para el cerebro porque así puede determinar:

1) Cómo activar los impulsos relacionados (por ejemplo, decirle a su cerebro que el estómago está lleno y que por lo tanto es necesario dejar de comer).

2) Cómo cambiar el estado de ánimo (por ejemplo, si tiene hambre, puede sentirse irritable).

3) A qué lugar es más necesario enviar energía (por ejemplo, cuando tiene frío, se envía energía para calentar sus órganos más vitales).



COMUNICACIÓN EJE CEREBRO - INTESTINO MICROBIOTA

La comunicación a través de esta línea es esencial para mantener la homeostasis —o equilibro— en el intestino y en cualquier otra parte del cuerpo.

En su mayoría, el funcionamiento inadecuado del SNE se relaciona con neuropatías que dificultan el control de la actividad muscular y el movimiento del fluido mucoso. Lo anterior se refleja en distintos padecimientos del colon y del tracto digestivo.

La función del sistema entérico, es controlar todo el tracto intestinal desde el esófago al recto y también conectar con el páncreas y la vesícula biliar. Está formado por neuronas alojadas en o junto a las vísceras. Estas neuronas se encuentran agrupadas en una serie de “bolas” de neuronas y otras células nerviosas, denominadas ganglios; y son los ganglios los que se ocupan de controlar procesos tales como los movimientos musculares del intestino, la secreción de sustancias digestivas o el flujo sanguíneo a esas zonas. El cerebro, que por otro lado, es una única mega estructura que se divide en muchas otras estructuras especializadas en distintas funciones, y todas están compuestas por una serie de capas neuronales una encima de otra que se han tenido que plegar para poder caber dentro de la cabeza. Es una arquitectura neuronal bastante más compleja. Así que el sistema entérico no solo es mucho más pequeño sino también mucho más simple. “Las bacterias intestinales condicionan incluso la conducta”.


Los intercambios entre el intestino y el cerebro se realizan a través de cuatro vías: neuronal, metabólica, hormonal e inmunitaria. El intestino y el cerebro se comunican a través del nervio vago que va desde el cerebro hasta el abdomen.

El eje intestino – cerebro – microbiota está comprendido por el sistema neuroendocrino, sistema nervioso central, sistema neuroinmune, sistema nervioso autónomo simpático y parasimpático, sistema nervioso entérico, el nervio vago, el eje hipotálamo-pituitario-adrenal y por la microbiota intestinal.

Una vía de comunicación son las bacterias que componen la microbiota intestinal que producen neurotransmisores como son serotonina, dopamina, GABA, entre otros. Estos neurotransmisores pueden ejercer su acción en las células de la pared intestinal y estas células transmiten el mensaje al sistema nervioso central.
Otra vía es la circulación sanguínea y el sistema inmunitario, en la que las bacterias intestinales junto con los ácidos grasos de cadena corta pueden estimular a los glóbulos blancos que producen citoquinas, mensajeros que pueden atravesar la pared intestinal y pasar la barrera hematoencefálica llegando al cerebro.
Al mismo tiempo, el cerebro tiene acción sobre el intestino a través de la modulación de la motilidad, de las secreciones y de la circulación sanguínea.


La alteración de la microbiota intestinal produce un proceso inflamatorio que puede interrumpir esta comunicación bidireccional. A través de este sistema se relaciona estas enfermedades y este complejo eje. Se cree que el mal funcionamiento de este eje propicia trastornos gastrointestinales, obesidad, diabetes, ansiedad, depresión, enfermedades autoinmunes, encefalopatía hepática, colon irritable, hiperactividad, fatiga crónica e incluso se empieza a incluir el autismo por algunos autores.

La composición de la microbiota parece que puede influir en el desarrollo cerebral, en los circuitos neuronales implicados en el control motor y emocional. Y también en el desarrollo de neurotransmisores como es la serotonina.
Este eje también parece ser una posible causa de trastornos neurológicos como la enfermedad de Alzheimer, de Parkinson o la esclerosis múltiple. Se está estudiando el papel de los probióticos sobre estas enfermedades neurológicas.

En estas enfermedades se ha observado una disbiosis (alteraciones en la composición normal de la microbiota) que da lugar a cambios en la motilidad gastrointestinal afectando a las secreciones y produciendo una hipersensibilidad en las vísceras. Como consecuencia de esta situación se alteran las células neuroendocrinas y las células del sistema inmunitario y se modifica la liberación de neurotransmisores, dando lugar a los distintos trastornos psiquiátricos.

También en las situaciones de estrés se ha visto esta alteración de la microbiota por lo que el estrés a través de este eje podría llevar a estos trastornos.

Es importante evitar tener una permeabilidad intestinal alterada para tener una buena salud intestinal y una microbiota intestinal normal.
Esto puede permitir que unas moléculas tóxicas llamadas lipopolisacáridos (LPS) escapen a través de la pared intestinal. Estas moléculas LPS viven en las membranas celulares de nuestras bacterias intestinales y se liberan cuando mueren. Normalmente son expulsadas del cuerpo de forma segura a través del intestino cuando defecamos. Sin embargo, cuando un intestino con fugas permite que entren en nuestro cuerpo, causan una fuerte respuesta inflamatoria por parte del sistema inmunológico.

Si los cambios en la microbiota son lo bastante considerables, la inflamación también puede provocar cambios en la barrera hematoencefálica. La barrera hematoencefálica es la membrana que separa la sangre de los fluidos del cerebro. La barrera normalmente sólo permite que ciertas moléculas muy específicas la atraviesen, pero la inflamación puede hacer que sea más permeable, permitiendo que entren moléculas que no deberían estar ahí, y que pueden ser tóxicas para las células de nuestro cerebro. Esto impide que nuestro cerebro cree nuevas conexiones nerviosas, así que nos cuesta aprender y desarrollarnos y nos quedamos estancados en patrones de comportamiento negativos.

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